martes, 28 de octubre de 2008

La verdadera historia del Viejo Vizcacha. Parte 3. Parágrafo 1. El Código V.V.

Señoras y señores:
En el trámite que hoy me ocupa partiré desde donde un investigador que me precede, que en lo demás merece el mayor de mis respetos, en esta ocasión ha perdido inexorablemente el rumbo, mal que le pese. Intentaré guiarme por su escrito sin menospreciar sus errores, pues ellos serán las boyas que señalen los atolladeros vanos por los cuales no deberé internarme si es que pretendo articular algo interesante. Acerca del segundo autor, me limitaré a soslayarlo sin mayores justificaciones. No obstante, prometo que en el presente transcurrir polemizaré poco, al menos con personas individuales. Nunca he podido convencerme de la verdad de la sentencia según la cual la guerra es el padre de todas las cosas. Creo que proviene de la sofística griega y falla, como ésta, por sobrestimar la dialéctica. Me parece, al contrario, como si la llamada polémica científica fuese en todo sentido improductiva, prescindiendo de que casi siempre se la cultiva con un sesgo en extremo personal.
Ahora bien, no por azar me he visto intrigado por los enigmas que encierra la figura del V.V. Es que dicha temática constituye un punto de entrecruzamiento con mis engorrosas pesquisas que no persiguen otros fines que desentrañar los grandes misterios del universo, o al menos esbozar posibles puntos de apertura. Yo no sé cuánto sabe cada uno de ustedes acerca de mis tratados, sea por sus lecturas o de oídas; pero estoy obligado, por la letra de mi anuncio -«El Código V.V.»-, a tratarlos como si nada supieran y necesitasen una instrucción preliminar. No partiremos de premisas, sino de una investigación. Como objeto de ella escogeremos ciertos fenómenos que son muy frecuentes, harto conocidos y muy poco apreciados, y a primera vista parecería que nada tienen que ver con nuestro personaje.
Mis abordajes nacen en el supuesto de que toda creación humana es pasible de ser explorada en su íntima vinculación con los fenómenos del lenguaje. Esto es, circunscribir un fenómeno al medio socio-cultural que lo ha engendrado, para lo cual su referencia al lenguaje es tan imperiosa como ineludible. Ya en otro ensayo (1) destaqué la importancia del lenguaje y su adquisición en el pasaje del organismo viviente al ser humano social y cultural.
El punto de partida de mis estudios lo propició el descubrir verdades en las palabras, y se presentó sin aviso en mi diario acontecer como un interesante ejercicio. Ahorrando detalles, relataré que me puse en conocimiento de que si bien las palabras son el vehículo por excelencia a la hora de comunicarse, para ello pueden valerse no sólo de las formas consabidas. Es así que una palabra o incluso una frase puede parecer expresar algo, pero las más de las veces está proponiendo un enigma a descifrar. Esto no hace más que remarcar la división clásica manifiesto-latente, o enunciado-enunciación, tan cara a la escuela psicoanalítica. Y bien, así me desayuno con la revelación que portaba una frase en apariencia trivial, quizás hasta sacada de una fábula, a todas luces inocente. Ella reza: “Dábale arroz a la zorra el abad”. Lo prodigioso se esconde en una lectura que prescinde de la literalidad y se zambulle en su estructura. No cuesta darse cuenta que la frase puede ser leída de derecha a izquierda o viceversa y su pronunciación será exactamente la misma. Pero, y aquí el develamiento, no busca anoticiarnos acerca de las costumbres nutricias de una zorra ni del cuidado prodigado por el abad para con ella. Menos aún es parte de ninguna fábula, idea a la cual uno no dudaría en abrazarse por el simbolismo que impregna a sus protagonistas. No. La alegoría es otra. Esta frase nos está enseñando la circularidad del espacio y del tiempo. No hay punto de referencia, de ningún modo se sabe si se avanza o se retrocede, las historias se repiten, no hay continuidad progresiva ni lineal. Aprehender esto es dar apenas un paso en el arduo camino de la sabiduría. No pretendo conducirlos por él, sólo podría señalarles el rumbo, o apenas aconsejarlos por dónde no encaminarse. Como yo en este caso, que con la ventaja corro de conocer de antemano las vías estériles para el constructo fecundo que persigo. Si a esta altura se preguntan por la relación que existiría con el V.V., solamente les demando paciencia, de a poco nos iremos avecinando en pos de la inteligencia del asunto. En verdad:
«No arte ni ciencia solas;
¡paciencia pide la obra!»(2)

(1) FERNÁNDEZ M. y col. “Los hijos de la cárcel”, inédito, año 2002.
(2) GOETHE, “Fausto”, Parte I, Escena VI.

viernes, 24 de octubre de 2008

La verdadera historia del Viejo Vizcacha. Parte 2. Parágrafo 2. Acá está la quinta pata. Continuación.

Continuación de los divagues.
Extraiga sus propias conclusiones.

Puede decirse que hacer del análisis histórico el lecho fatal del finado Procusto, en donde lo que sobra se corta y lo que falta se estira, es un acto criminal con el personaje y una blasfemia para la ciencia. O podría suponerse que una vez que los moldes teóricos no admiten al dato obtenido tal como las expectativas lo esperan es imprescindible agregar otro marco, agrandar el umbral o redondamente disfrazar o transformar la experiencia, hacer una petición de principio introduciendo en la explicación lo que tiende a ser explicado, por no mencionar la suspensión lisa y llana de la faena por escépticas razones. Incluso es posible, en un estilo realmente pragmático, ocultar cómo se fueron dando los obstáculos y cuáles fueron los caminos que permitieron sortearlos, para no caer en subjetivismos oscurantistas. Entregando así al mercado de la compra-venta de discursos, la objetiva historia de cómo se alcanzó tal o cual verdad científica, adoleciendo de historiador y a mi entender también de veracidad, desde el mismo momento en que se eclipsa desde dónde se sostuvo el que pretende estar mostrándose imparcial. El dato puro y ayuno de subjetividades es pariente más directo de ilusión que de la realidad, de la que aseguran está sacado.
Haciendo de la observación los cimientos de mi tesis, no dudo en abandonar mis especulaciones teóricas cada vez que me lo ordene una nueva intelección de la experiencia. Aunque es justo aclarar que para llegar a esa instancia ni un instante cavilaré en llevar mis argumentaciones al extremo en una postura más proclive a la militancia política que a la del científico. ¿Pero acaso hay otro modo en las discusiones científicas que ser por un rato el abogado del diablo y defender con uñas y dientes los argumentos sobre un supuesto del que sin certeza psicótica mediante ni iluminismo profético, nosotros mismos dudamos? No lo sé, lo confieso. A este gato nadie le ha puesto su cascabel.
Admito que de seguro lo que sigue no es nuevo, pero para mí necesario, a pesar de que se vea como una trillada más sobre un campo ya cosechado. Porque es justamente lo que por lo pronto va diseccionando mis pasos por el labrantío científico, es que me permito soltarlo una vez más al viento, aunque sea con el propósito de calmar el miedo sin que se disipen con ello las oscuridades. No hay más remedio que enfrentar una y otra vez la tormentosa tarea de compartir con los demás no sólo lo que con asombro se ha alcanzado como una modesta verdad, sino también aquello que con pena se distinguió como un atolladero infranqueable que nos supera, y para el cual sólo tenemos nuestra versión, más o menos fragmentaria. La transmisión de la experiencia es tan fundamental como imprescindible, pues no es la tesis la que debe regular los casos, sino todo lo contrario. Y llegado el momento es oportuno caer en la cuenta de que por más que a ojos vista ningún pelo se escape de nuestra redecilla teóricamente solventada, siempre habrá algún traicionero capilar que se deje asomar desde otra perspectiva menos militante. Derrumbando de un sólo plumazo la endeble torre que supimos construir a fuerza de múltiples malabares. Equilibrio que se ve amenazados con cada nueva carta adosada del infinito mazo que supone la construcción del conocimiento, siempre y cuando sostengamos que la existencia del hombre es eternamente perdurable. Eso es pues lo que leo en el caso que hoy me ocupa, y precisamente de ello es un ejemplo el V.V.
Pues bien, me propongo ahora sí, ahondar en lo que respecta a la subjetividad que atañe a los fervientes devotos de la semidiosificada estatuilla del Viejo Vizcacha.
No ha de asombrarnos que tales seguidores no cuenten con todas las luces a su disposición. Esto se hace a la vista desde el mismo momento en que depositan no sólo sus esperanzas sino también sus agradecimientos en un trozo de materia. Aunque se sabe, y lo confirma el saber popular, que a más de una señorita, ciertas sustancias extensas las hacen caminar como al burro la zanahoria. Saber certificado incluso por eminencias de la literatura fantástica como un tal S. Freud o J. Lacan, que según sé, pasaron largo tiempo de sus vidas intentando explicar cómo un señor que llevamos dentro, al que llaman subconciente, agarra todo para el lado de los tomates. Pero siendo esto harina de otro costal, de ninguna forma del costal del V.V., no profundizaremos en ello.
Aquí lo que interesa, al menos a mí para ser franco, es ver por qué demonios un tipo le da tanta trascendencia a una figurilla a la que le adosa la responsabilidad de sus miserias o triunfos en vida. A decir verdad, creo que es inexplicable desde cualquier lógica, pero haré el intento por llegar al menos a plantear una hipótesis para que el resto de la comunidad científica comience a discutir sobre este interrogante, sin temor a dar por tierra con los paradigmas vigentes.
Mi hipótesis señores, es simple y terminante: estos tipos están locos.
¿Cómo ha de ser posible que vean en un pedazo de arcilla o yeso el poder mágico de un dios? Se me objetará que no es a la figura a la que adoran, aduciendo para ello que también la Santa Iglesia Católica venera las imágenes de sus santos por el solo hecho de representar simbólicamente a sus piadosos beatos. A lo que yo sin soberbia responderé tajantemente: ¿qué tiene que ver? No confundamos gordura con hinchazón. Bajo ningún punto de vista puede sostenerse algún tipo de parecido. No me vengan con patrañas, que yo conozco muy bien la biblia y eso es otra cosa. Esa costumbre de adorar cachivaches está documentado que es de los pueblos paganos, que fueron oportunamente destruidos por la ira de Dios. Adoración diabólica. Fetichismo de la materia que embrutece a los mortales. Y digo fetichismo sin ninguna intención de hacer mención a las comunistas versiones que posee de la sociedad ese señor K. Marx que se la pasa pronosticando revoluciones. Por favor, la única revolución más o menos coherente que ha existido, a mi entender y el de todas las personas respetables, es la francesa. Porque ahí, según leí, la humanidad abandonó las cadenas que los sojuzgaban y tuvieron la posibilidad de tomar el trabajo que mejor les convenía sin más abusos ni explotaciones de los canallescos feudales. ¿O me van a venir ahora con eso del fetichismo de la mercancía para salir a favor del viejo éste que ya me tiene podrido? Ya me parece escucharlos, diciendo que el dinero es un pedazo de papel que adquiere un valor tan descomunal como el que yo leo en las paganas estatuitas del viejo desgraciado ése. Pero dejensé de joder, y perdonen mi expresión, pero es que me pongo como loco. Son cosas distintas. No tiene nada que ver, queridos. Es simple, con dinero uno puede comprarse un florero, una silla, un ventilador, o lo que quiera. No voy a decirle yo qué es lo que tienen que comprar. Hagan lo que quieran con su plata señores, qué me importa a mí. O ahora me van a venir a pedir consejo de qué les conviene más comprar. Por favor. Terminemos con estas discusiones bizantinas. Y el fetichista, para que sepan, es el señor que presuroso por los calores hormonales homenajea por ejemplo a un zapato, o aquel que calma sus ansias libidinales por la vía manipuladora a fuerza de ejercer su facultad olfatoria sobre sugestivos atavíos, encontrando un particular atractivo por aquellos que atesoran cuantiosos hedores en virtud de su privilegiada ubicación en relación a la anatomía femenina.
Pero bien, volvamos a los cauces de este tormentoso río de incertidumbres en el que nos hemos embarcado. La labor que tenemos los científicos es demasiado ardua como para detenernos en los tenebrosos remolinos en los que habitan los obtusos mediocres de siempre. Por lo tanto es hora de ir vinculando los distintos datos que a lo largo de este libro se han ido poniendo en juego en lo referente al Vizcacha. Sin embargo, no creo que sirva mucho retomar lo que figura en el capítulo que antecede al mío. Es más, confieso que yo mismo les he pedido a los editores que supriman tal artículo por ser redondamente poco serio, pero viendo que de esa forma se ponía en juego mi propia difusión, opté abandonar tal empresa. Aunque a mí, no me van a hacer callar. Nadie me va a venir a decir qué es lo que puedo poner en mi segmento. Éste es mi segmento, por si no sabían; así que no ahorraré críticas. Críticas desde luego constructivas, pues los que me conocen pueden atestiguar con toda vehemencia que yo no soy de esos que andan tirando toscas a troche moche. ¿Pero, qué quieren que les diga? Las líneas de ese dudoso científico me suenan como puras especulaciones de un pisaverde que tiene más afán en publicitar sus tristes viajes, de muy cuestionable realización, que en dar respuesta a algún enigma. Pero deposito mis esperanzas en que el lector sepa diferenciar un trabajo serio, como el mío claro está, de otros de poco rigor. Humildemente lo digo, y sino pregúntenle a quien quieran.
La percepción de unos párrafos donde Hernández inventa un personaje, después de una estatua enterrada en unas sierras y luego de un cartel que denuncia el nombre de un golfo son menos muestra de la causalidad histórica que de la delirante asociación de ideas de un enfermo. No se puede explicar un hecho con sólo unirlo a otro, esa vinculación es completamente arbitraria. De este ensamblaje de argumentos llevados al extremo cabría deducir que no existe la posibilidad de que se establezcan razonamientos y ni siquiera ciencia alguna. La paradójica verdad es que existen, en casi innumerable número. El historial del V.V. aquí relatado es una muestra de ello. En él abundan las explicaciones dentro sistemas increíbles, pero de arquitectura agradable o de tipo sensacional, que exhiben que se persigue más el asombro que la verosimilitud. Ahora bien, sin estar el análisis de tal cuestión dentro de las caprichosas expectativas de este trabajo, dejaré el falsacionismo de tan cuantiosas y contradictorias hipótesis para otra empresa.

miércoles, 22 de octubre de 2008

La verdadera historia del Viejo Vizcacha. Parte 2. Parágrafo 1. Acá está la quinta pata

Por Juan Cruz García
Escriba invitado.



Explorar una vez más la nebulosa historia del Viejo Vizcacha con el objetivo de dar luz sobre alguna zona ignota hasta nuestros días, es menos una odisea que un imposible. Aún así, lucrativo resulta realizar el esfuerzo de despegarme de pretéritas perspectivas doctas e intentar circunscribir, aunque más no sea, bisoños panoramas. Se me antoja que no ya de los vaivenes etimológicos y costumbristas del hábito que adopta como amuleto al V.V., sino que nos abocaremos a adentrarnos en las particularidades de los sujetos de tal verbo. No presumiré yo de estar haciendo aquí análisis con pretensiones científicas, ni mucho menos. No obstante si otros hombres de ciencia desean incluir esta humilde monografía dentro de las páginas de los tratados científicos, tampoco me opondré.
En el transcurso de este segundo capítulo no ha de costarle al atento lector darse cabal cuenta que más que corroborar o complementar al anterior, se alcanza con respecto al mismo un extendido disentimiento, una elevada confrontación, cuando no la más absoluta indiferencia por lo que el otro autor pudo haber dicho.
Tampoco faltará el lector que, pretendiendo estatura de avisado, intente atribuirle mis opiniones a autores que habrían dicho lo que sigue profundamente mejor y sin tantos rodeos. Pero me anticipo a tales críticas informando que el mero hecho de articular una idea, implica en su misma esencia la referencia a quien la haya esbozado previamente, en cuyo caso citar a cada uno de quienes nos nutrimos en nuestras elucubraciones no sólo representa retrotraernos hasta nuestra más tierna infancia, sino también, y considerando la intrincada conexión de los pensamientos e interrogantes desde que el mundo es mundo, a una engorrosa serie retrospectiva de seres que hubieran no ya creado, sino apenas repetido o sospechado cada concepto e incluso palabra, por no caer en el extremismo de hacer mención a quienes tangencialmente hayan rozado la temática o pudiesen haber alcanzado algún tipo de vinculación; por tanto, no esperen que este artículo contenga bibliografía. Por otra parte, un buen análisis no se sostiene desde la inmediatez de la presencia del objeto, se instituye por la destrucción de tal inmediatez. El peligro, según creo, es que se diluya el punto a partir de tanta dilatación y que se intente sacar partido de la incertidumbre de la razón, sin más artilugios que los rodeos de alguien que argumentando la no inmediatez, termina haciendo puras cavilaciones en derredor de puntos fijos.
El caso que nos ocupa sin dudas es ejemplar. Había que definir de qué.
Puede decirse que hacer del análisis histórico el lecho fatal del finado Procusto, en donde lo que sobra se corta y lo que falta se estira, es un acto criminal con el personaje y una blasfemia para la ciencia. O podría suponerse que una vez que los moldes teóricos no admiten al dato obtenido tal como las expectativas lo esperan es imprescindible agregar otro marco, agrandar el umbral o redondamente disfrazar o transformar la experiencia, hacer una petición de principio introduciendo en la explicación lo que tiende a ser explicado, por no mencionar la suspensión lisa y llana de la faena por escépticas razones. Incluso es posible, en un estilo realmente pragmático, ocultar cómo se fueron dando los obstáculos y cuáles fueron los caminos que permitieron sortearlos, para no caer en subjetivismos oscurantistas. Entregando así al mercado de la compra-venta de discursos, la objetiva historia de cómo se alcanzó tal o cual verdad científica, adoleciendo de historiador y a mi entender también de veracidad, desde el mismo momento en que se eclipsa desde dónde se sostuvo el que pretende estar mostrándose imparcial. El dato puro y ayuno de subjetividades es pariente más directo de ilusión que de la realidad, de la que aseguran está sacado.
Haciendo de la observación los cimientos de mi tesis, no dudo en abandonar mis especulaciones teóricas cada vez que me lo ordene una nueva intelección de la experiencia. Aunque es justo aclarar que para llegar a esa instancia ni un instante cavilaré en llevar mis argumentaciones al extremo en una postura más proclive a la militancia política que a la del científico. ¿Pero acaso hay otro modo en las discusiones científicas que ser por un rato el abogado del diablo y defender con uñas y dientes los argumentos sobre un supuesto del que sin certeza psicótica mediante ni iluminismo profético, nosotros mismos dudamos? No lo sé, lo confieso. A este gato nadie le ha puesto su cascabel.
Admito que de seguro lo que sigue no es nuevo, pero para mí necesario, a pesar de que se vea como una trillada más sobre un campo ya cosechado. Porque es justamente lo que por lo pronto va diseccionando mis pasos por el labrantío científico, es que me permito soltarlo una vez más al viento, aunque sea con el propósito de calmar el miedo sin que se disipen con ello las oscuridades. No hay más remedio que enfrentar una y otra vez la tormentosa tarea de compartir con los demás no sólo lo que con asombro se ha alcanzado como una modesta verdad, sino también aquello que con pena se distinguió como un atolladero infranqueable que nos supera, y para el cual sólo tenemos nuestra versión, más o menos fragmentaria. La transmisión de la experiencia es tan fundamental como imprescindible, pues no es la tesis la que debe regular los casos, sino todo lo contrario. Y llegado el momento es oportuno caer en la cuenta de que por más que a ojos vista ningún pelo se escape de nuestra redecilla teóricamente solventada, siempre habrá algún traicionero capilar que se deje asomar desde otra perspectiva menos militante. Derrumbando de un sólo plumazo la endeble torre que supimos construir a fuerza de múltiples malabares. Equilibrio que se ve amenazados con cada nueva carta adosada del infinito mazo que supone la construcción del conocimiento, siempre y cuando sostengamos que la existencia del hombre es eternamente perdurable. Eso es pues lo que leo en el caso que hoy me ocupa, y precisamente de ello es un ejemplo el V.V.
Pues bien, me propongo ahora sí, ahondar en lo que respecta a la subjetividad que atañe a los fervientes devotos de la semidiosificada estatuilla del Viejo Vizcacha.
No ha de asombrarnos que tales seguidores no cuenten con todas las luces a su disposición. Esto se hace a la vista desde el mismo momento en que depositan no sólo sus esperanzas sino también sus agradecimientos en un trozo de materia. Aunque se sabe, y lo confirma el saber popular, que a más de una señorita, ciertas sustancias extensas las hacen caminar como al burro la zanahoria. Saber certificado incluso por eminencias de la literatura fantástica como un tal S. Freud o J. Lacan, que según sé, pasaron largo tiempo de sus vidas intentando explicar cómo un señor que llevamos dentro, al que llaman subconciente, agarra todo para el lado de los tomates. Pero siendo esto harina de otro costal, de ninguna forma del costal del V.V., no profundizaremos en ello.
Aquí lo que interesa, al menos a mí para ser franco, es ver por qué demonios un tipo le da tanta trascendencia a una figurilla a la que le adosa la responsabilidad de sus miserias o triunfos en vida. A decir verdad, creo que es inexplicable desde cualquier lógica, pero haré el intento por llegar al menos a plantear una hipótesis para que el resto de la comunidad científica comience a discutir sobre este interrogante, sin temor a dar por tierra con los paradigmas vigentes.
Mi hipótesis señores, es simple y terminante: estos tipos están locos.

Continuará...

sábado, 18 de octubre de 2008

La verdadera historia del Viejo Vizcacha. Parte 1.

Agradecemos la colaboración de nuestro
fiel escriba Maximiliano Timoschenco.
Vaya uno a saber por dónde anda hoy.



Con la intención de sistematizar mis apuntes sobre lo que, en un primer momento, fue un inesperado encuentro con lo que podríamos llamar con absoluta justeza un Dios menor al que provisoriamente me referiré con la denominación V.V. y sumado a ello mis experiencias cercanas con ciertos devotos de esta divinidad pro-pagana, más las investigaciones realizadas al respecto me han llevado a volcar en este artículo de poca monta[1] algunas conclusiones de utilidad práctica para entender la complejidad de este fenómeno que ha alcanzado a ciertos individuos de estas latitudes pero que amenaza con una tenaz propagación.
Considero necesario situar mi primer “encuentro” con V.V. ciertamente diré que por razones obvias no voy a dar nombres propios y me atendré a la somera descripción de lo que, en principio, no fue para mi mas que un muñequito bastante poco interesante y desprolijo. Pero el dueño de tal “muñequito” me instigó a que dirigiera mi atención más de cerca sobre lo cual no pude pasar inadvertido que esto provocaba cierto interés en mi, de modo tal que comencé a preguntar de que se trataba. Sin trámite alguno me puse en conocimiento de una serie casi infinita de virtudes poderosísimas que este pequeño tótem tiene para sus devotos, según me confirmaba éste, el primero de una larga cadena de devotos que en lo sucesivo iría descubriendo.
Se trata de un pequeño ingenio de forma humana de unos aproximados 20 centímetros de altura[2] (se los encuentra de varias medidas, nunca inferiores a los 10 centímetros ni mayores a los 40 centímetros) podría decirse, evidentemente, que se trata de un viejo provisto de una cabellera entrecana hasta los hombros, profusamente tupida al igual que su barba; de contextura media cubierto con una suerte de poncho rústico y cinturón, en esta ocasión se hallaba fumando pero no es esta una característica que se repita en todos los casos. Sobre sus poderes ya subrayé que son muchos pero es fundamentalmente protector y dador de sabiduría. No se encuentra sobre pilar o altar alguno, de esta manera puede considerarse apropiado para moverlo de lugar conforme uno tenga intenciones de hacerlo. Podría pensarse en la función que tienen los amuletos.
Como tuve y tengo reiteradas ocasiones de concurrir a lugares donde me encuentro con estos idolillos me parece importante notar que estos van amoldándose a las necesidades y vicisitudes de sus devotos, es decir, se van cargando de elementos y artefactos deseados. Lo más notable es que nadie se atribuye la confección y la colocación de dichos aditamentos que “a ojos vista” crecen con el correr de los días. Y si esto parece notable y hasta mágico, si se quiere, lo que mayor interés me produjo es que ninguno de los dueños-devotos[3] que fueron entrevistados sabe como este pequeño tótem llegó a sus vidas, son ignorantes de su origen pero todos, a su vez, conocían su existencia antes de tenerlo, entonces resulta que a su “llegada” ya sabían de que se trataba. Se instala así una especie de connaturalidad, un ensamblaje.
No es mi intención faltar a la Verdad y en razón de ello debo admitir, pese a lo que pueda considerarse en descrédito de este hallazgo, que las circunstancias que me llevaron a éste no son el fruto de mis incursiones por el Mato Groso, al Altiplano Peruano ni al Desierto de Atacama y sin embargo me es imposible negar aquí y en cualquier otro sitio, que a partir del momento en que mis preocupaciones tomaban vuelo luego de haberme encontrado con, ahora debo decirlo, este Dios pequeño al que llaman “Viejo Vizcacha”, se me hizo irrefrenable la necesidad de visitar los sitios antes citados, sin saber que ellos me llevarían aún mas lejos.
Las primeras suposiciones indican que la presencia de esta divinidad se remonta hacia mediados del siglo XIX en nuestra región, aproximadamente en los inicios de la presidencia de Domingo F. Sarmiento. Nuestras investigaciones posteriores nos llevaron a descartar cualquier tipo de vinculación entre esta divinidad y su referente homónimo en la Literatura Gauchesca Argentina, nos referimos a la obra de José Hernández, nuestro Martín Fierro que en sus páginas habla concretamente de este personaje. La primer parte de la aparición de esta obra data del año 1872 y su continuación al año 1879. Ahora, esta supuesta conexión parece quedar allanada a partir de estudios realizados por un grupo de investigadores del Museo Nacional de Antropología y Arqueología del Perú en labor conjunta con un equipo dependiente del Departamento de Psicología Forense de la Universidad de Buenos Aires que pudieron rescatar en una serie de excavaciones realizadas entre 1996-1998 en las inmediaciones de Sierras Bayas (Provincia de Buenos Aires) los restos de lo que se podría considerar un icono de esta divinidad y si bien no existe una fecha exacta acerca de los mismos, los científicos no dudan que se hallaría entre el lustro que va desde 1865 hasta 1870, como se notará este lapso es anterior a la publicación del Martín Fierro y por lo tanto la adoración de esta divinidad no procedería de una imaginería popular con bases en la ficción novelesca, hipótesis que cualquier neófito admitiría de buen grado; se trata mas bien de la hipótesis contraria, nos encontramos con que en realidad José Hernández encontró y se valió de esta religiosidad pagana de las Pampas para nutrir las características de su personaje literario. Si bien esto es acorde al movimiento literario impresionista que, conservando la metáfora, nos pinta un cuadro de la época nos preguntamos ¿Porqué Hernández no nos hablo directamente de esta divinidad? Se sabe que no era ateo sino más bien un ferviente cristiano, pero ortodoxo[4], en este punto podemos decir que renegaba de toda clase de paganismos religiosos, no por otras razones no encontramos en sus páginas más que un pálido reflejo del verdadero Viejo Vizcacha, el Dios. En tal sentido Leopoldo Marechal dice “"El poeta no hace una descripción objetivante de la realidad sino que la rehace, al reinventarla en la ficción propia del relato. Así, produce una suspensión de la referencia ordinaria del lenguaje para permitir una referencia de segundo grado que recrea la realidad sin repetirla... De éste modo el poeta dice más de lo que dice, pues aboliendo el significado ordinario, crea o recrea una nueva visión del mundo, un nuevo modo de ver la realidad o de otro modo, permite que el ser se diga, se manifieste, se revele…” no puede escapársenos aquí una referencia que nos convoca; el filósofo contemporáneo Julio César Moran, aún hablando del amor, es luminoso en más de un sentido, “…una mirada que quizás creímos ver, una sonrisa que quizás ni siquiera existió, una frase que quizás ni siquiera fue inteligente, un pasado que quizás inventamos, eso, es la amada. Nosotros le damos nuestra propia vida, nuestro propio sentimiento y sobre todo, nuestro propio dolor. Imaginamos por sobre de lo que observamos. Somos artistas solitarios y pudorosamente torturados. Componemos un personaje que se vuelve contra nosotros mismos…cumple la función de reconstruir la realidad y la vida, nos libera del tiempo destructor y nos da la verdad que nos es posible alcanzar…”[5] palabras, palabras, palabras dirá Hamlet, sí, palabras, que serán oídas por aquellos que las comprendan, no hay riesgos. No otra cosa hizo Hernández, y no otra cosa hacemos aquí sino una recreación en base a símbolos 'histórico-culturales' que nos proporcionen una imagen del mundo a nuestra medida.
Otra de nuestras digresiones nos conduce fácilmente a pensar en la especie animal de los roedores de la cual la vizcacha hace conjunto, pero consideramos tal idea como infructuosa. Su nombre científico Lagostomus maximus petilidens no parece aportarnos demasiado, solo podemos observar ciertas características comportamentales picarescas y escurridizas que encuentran su eco también en la referencia literaria ficticia antes citada. En todo otro aspecto este callejón está cerrado.
El camino hacia la verdad por lo general es más largo de lo que a uno le gustaría que fuese pero omitiré lo que me costo tiempo y trabajo errante antes de alcanzar el claro desde donde pude ver el camino por el cual las aguas empezarían a forjar su cauce.
Viejo estaba bien pero ¿Vizcacha a que correspondía?
Esto, aunque no resulte evidente de buenas a primeras (tampoco así lo fue), me llevó al País Vasco, llegué entonces al Golfo de Vizcaya en el Mar Cantábrico al norte de España y caí en la cuenta de que si éste era el camino indicado para esclarecer mis propósitos debía entonces encontrar cual era la conexión existente con Sierras Bayas, consecuentemente en espacio y tiempo.
Me dirigí entonces directamente en busca de algún tipo de registro de los que, por aquel entonces, pudieron haber emprendido algunos colonizadores pertenecientes al Euskal Herria, tanto en ámbito militar como en el bandido, por referirnos de algún modo, quizás poco justo, a toda una serie de verdaderos aventureros; pero para sorpresa de mi ignorancia no había existido nunca alguno o al menos no había registro de ello.
Solo después de un buen tiempo y habiendo desistido de mi empresa, avocado ya a vacacionar y a conocer la región se me ocurre recorrer el edificio de la Alcaldía de Zumaya, un pueblo por el que encontraba inexplicablemente atraído y en el cual había suspendido mi marcha, y, para mi sorpresa cae en mi conocimiento relatada por el secretario de recepción ciudadana del Ayuntamiento la historia de un muchacho, hijo del Alcalde que huyó del pueblo y de su familia mas por ventura que por militarismo hacia Las Américas en el año 1787.
No es mi intención explayarme en este artículo sobre nuestras vastas investigaciones sobre el tema que nos convoca, encuentro la razón mas poderosa de ello en que las sucesivas progresiones a las que hemos arribado parecen no tener un total consentimiento del resto de la comunidad científica pero, por otra parte y en respuesta, todas ellas formarán parte de un próximo compendio del cual no les ahorro el título “Los secretos del creer” Paralelismos mitológicos Latinoamericanos. Las pequeñas divinidades que crecen de la esfera individual al Cosmos organizante. Indiferencias entre Visión mística y alucinación. La fe y el delirio místico y así…


[1] …bueno, alguna que otra…
[2] Existen versiones señalando que conforme crece su popularidad igualmente crece su tamaño.
[3] Este concepto está referido precisamente a la inocencia respecto tanto de la asunción y llegada del tótem como de su adoración y mantenimiento.
[4] “…Cantando me he de morir, Cantando me han de enterrar Y cantando he de llegar Al pie del Eterno Padre…” Esta e innumerables citas nos ilustran al respecto. Nos remitimos a la fuente.
[5]“ La crisis de la concepción del amor en el arte moderno y su relación con Marcel Proust” en Proust más allá de Proust . Compilador J.C. Moran. De la campana. 2001.

martes, 14 de octubre de 2008

El Plan

"El que sospecha invita a traicionarlo".
François Marie Arouet.
Filósofo y escritor francés.
(1694-1778)

Si me preguntaras cuál es el plan último que motiva mis actos, la tarea se haría ardua y peligrosa. Contestar tal interrogante podría costarme la vida, en el caso de que la discreción necesaria no sea respetada. Igualmente, sé que la vida vale menos que el amor, lo que me lleva a faltar a mis promesas de silencio eterno. Admito que al ideólogo del plan no lo conozco. Pero aún así, sus malvados mandatos han llegado hasta mí, por intermedio de sus súbditos, los cuales conforman una secta fanática y sin escrúpulos.

Estos miserables intentan seducir a sus víctimas por medio de distintos engaños para sumirlas en el más terrible de todos los dolores. Paradójicamente, consideran que el sufrimiento es el único camino posible hacia la salvación. No es difícil advertir que el siniestro método empleado por estos inescrupulosos consiste en enamorar a sus víctimas y que para tal fin podrían emplear cualquier artilugio.
Suponen que llevarlas a las tinieblas del amor es imprescindible para que cambien el rumbo humillante de sus días. Y está claro que para acceder a dicha salvación, es necesario que exista una sucesión razonable de escollos, cierto sufrimiento, que entorpezca el camino y mantenga en vilo a la esperanza. Después de todo, tal vez sea indulgente perseguir tales propósitos. Puesto que procurar que sus mártires no continúen arrastrándose entre lastimosos conflictos cotidianos, a los que inútilmente intentan disfrazar de tragedias, no puede considerarse de ningún modo un accionar tan detestable. Por cierto, es mucho más digno sufrir por amor que padecer por la necesidad de tener que cumplir con la tediosa tarea de limpiar la cocina.
Ante tanta desesperanza, sólo hay una salida honorable. No se trata de armarse de valor y limpiar, a desgano, la cocina. Tampoco salir corriendo a obstaculizar potenciales relaciones con injurias y a los gritos en la cara a personas totalmente desconocidas. Consiste en que adoptes una postura de total y absoluta indiferencia ante los propósitos y artimañas de seducción o engaño, que al caso son lo mismo. Pero lo terrible es que en este caso pasarías a formar parte de la diabólica legión, y tu victimario se convertiría en tu víctima.
Por lo tanto lo mejor para todos es que te salves....

miércoles, 8 de octubre de 2008

Espantacacos

Si me lo pedís así...

La Boca, 17/06/2008, 13 hs.

martes, 7 de octubre de 2008

Una incisión pendiente

Agradecemos la involuntaria colaboración de Anna O.

"Ya casi puedo oler la fragancia azul de voyeur,
el hedor nauseabundo del poeta glorioso.
No tengo claro por qué no puedo verlo todavía
¿es el onanismo de Dios?
¿son los hongos en los pies de Virgilio?
¿las lagañas pútridas entre los ojos de Borges?"



Cierro los ojos y mientras avanzo, sueño. Y en mis sueños soy mi presa, que descansa sobre el marco de una ventana hecha de cañas de bambú. Me deleito con el exotismo de la escena. Me río un poco. Abajo está todo tan gris. Estuve a punto de ir hasta el último rincón del cuarto, a tomar agua y a apoyarme en las paredes de bambú, en el techo de bambú, en el piso hecho de cañas de bambú que hacen toc toc cuando camino por el cuarto. Pero me quedo mirando el gris allá abajo y los cuerpos y la pólvora. Hay algo que me aletarga, me obnubila y me hipnotiza, me sume en un sopor de elefante viejo. El viento, algún grito, el viento, toc toc toc...
Te hundo el fusil hasta que salga por el otro lado y escarbo en el pecho hasta que las costillas no me dejen más y meto los dedos entre la tercera y la cuarta y, reproduciendo una pinza, te saco un pedacito de corazón. Y con eso ya estoy contento.

lunes, 6 de octubre de 2008

Que los cumplas...

¿Qué decirle a un cumpleañero? La verdad de una buena vez es el mejor regalo. La siguiente es una carta que lo dice todo con crudeza, sin dejar de quedar bien.


A Joao Rulo Pequenho
Estimado amigo:
Con recelo de errar a la ventura una vez sumergido en esta empresa de esculpir mis congratulaciones por conmemorarse anualmente su nueva gambeta a la parca, me dispongo a pintarrajear con alegorías un "feliz cumpleaños", puesto va de suyo que a secas repiquetea como poca cosa. Pretendiendo extraer algo de una galera que no tengo, no me abstendré de reproducir al infinito, como en espejos borgeanos, más o menos los mismos artilugios de siempre con la ilusión de ir internándonos en un inacabadamente laberinto de sentido, cuando en realidad lo que se dice es invariablemente lo mismo. Bien lo sabe cada cual, a poco que se sincere, que no hay mucho que decir en estas ocasiones. Aunque es común apreciar cómo algunos alcahuetes con el afán de hacer de su saludo un aureolado suceso llegan a participar al homenajeado de sentimientos que nunca habían sospechado tener hasta ese momento. Actitud que va engordando con el consumo de espirituosas bebidas a lo largo del orgiástico festín, como modo de expiación por la creciente culpa estar morfando de arriba, por la irresistible tentación de quedar plasmado para la eternidad en el fotográfico recuerdo o por estar mirando con ganas a la hermana del cumpleañero. Puede que lo que le digo golpee como un hachazo su narcisismo, pero confieso que yo mismo he llegado a formar parte de ese clan. Sin ir más lejos antes de ayer. No sea ingenuo, a nadie le interesa demasiado cuando nació o el momento que se le cayó el primer diente de leche. No les crea a los que se muestran emocionados porque usted sopla una vela. ¿O acaso usted mismo memoriza haber sentido algo similar? No se engañe amigo, esto es parte de un telón delirante que permite tirar un manto piadoso sobre una cruel verdad que se hace patente en cada nueva arruga. Usted está más viejo, por eso es que hacen como que festejan. Ojo, que no lo digo ostentando mirar desde el monopolio de la sapiencia y la superación; es más: una vez por año me gusta creer en tal pantomima. Y aunque el pecado de la soberbia me deje muchas veces boqueando fuera del agua, no le evitaré más la cruel verdad. Usted está más cerca de la muerte. ¿He de felicitarlo por eso? Lo dudo. Pero si a usted le hace bien, no cavilaré un instante más en decirle "Feliz cumpleaños amigo mío. Sepa que lo quiero mucho"
Suyo
Gastón

sábado, 4 de octubre de 2008

Sólo el amor hace condescender el goce al deseo...

Voy a hilvanar algunas ideas sobre ustedes, féminas fascinantes, exquisito manjar de este mundo. Puede que les caigan para donde la espalda pierde su santo nombre, pero estoy seguro que no les costará identificarse con lo que digo. Ustedes pueden ocupar el papel de víctima o de desdichada insatisfecha, de eterna incomprendida o de pobre puta que sólo soporta el goce ajeno. Acercarse a una dama es siempre acercarse a su miedo. Miedo que la angustia, y que para atenuarlo sostendrá sin desmayo el lugar de la insatisfacción. En una suerte de desprecio militante, en el que todos tendríamos que ser mejores personas a vuestro gusto y placer, se deja ver un temor. Seguro que no se trata de algo sabido, pero ¿cuál podría ser el peligro? ¿A qué le tienen miedo? Creen que si la satisfacción les fuese posible, si les fuera posible gozar, completa y absolutamente, ese goce mataría o volvería loco. Y da lo mismo si ese goce es incestuoso, orgiástico o es alcanzado a fuerza de opulentas ravioladas. Por tanto intentan evitar, alejar, rodear, cualquier posibilidad de acercamiento a esa satisfacción que alucinan. Y así, cualquier intercambio con el otro las conduce irremediablemente a la insatisfacción, porque el otro es a veces poderoso, a veces débil. Excede las expectativas o no las colma, pero siempre las decepciona. Claramente se las arreglan muy bien en descubrir los puntos en que los que las rodeamos somos fuertes. Descubren y reconocen la fuerza del otro, y explotan y abusan de esa fuerza para humillarlo. De ese modo reinan en su impotencia, que las conmueve, pero para la que no tienen remedio. Y así, se trate de su potencia o de su falla, acuden siempre a la cita de la insatisfacción. Y en ese reencuentro renovado cada lugar que eligen, es un lugar de desprecio. Si se trata de poder, el excesivo poder del otro les resulta humillante, y por eso es despreciable. Y si es el punto donde detectan su caída... cualquier ídolo, si quieres, tiene los pies de barro. Es en ese movimiento de atracción y decepción donde esconden las huellas del deseo. Sus sensaciones, abiertas al exterior, se extienden, tocan y se van, excitan y se retiran, y es de esa pasión que despiertan en los otros que se alimentan, a la vez que se alejan del camino del deseo. Peldaño en el que los pies no avanzan, las manos tocan y no sienten, el cuerpo calla o grita, hablando sin parar pero sin atreverse a escuchar. Porque escuchar sería permitir ser dicha por otro. Escuchar sería no dar por buena la mascarada e ir más allá, permitir el viraje en el discurso que diera como resultado una mujer. Pero cuidado, una verdadera mujer es aquella que puede ponerse en relación a su deseo sin explicarlo todo desde el otro. No es cuestión de constatar si uno es el adecuado o no. Una mujer puede desear sin echarle el fardo al otro, sea quien sea el que se ponga como causa. Virando, poniéndote en relación a tu propio deseo, es que podrás salir de la eterna trampa del deseo de un deseo insatisfecho. Pero recuerden que el deseo no se satisface. Se realiza. Sé que, inevitablemente, al menos en algo se han sentido identificadas. Pero eso no es lo que buscaba. Lo que pretendo es que se atrevan a producir ese viraje y se acerquen a nosotros como verdaderas mujeres, aceptándonos la eterna invitación a cenar. Yo propongo ravioles.

jueves, 2 de octubre de 2008

Vals de calesita

Desde el fondo de la calle nos llama sin cesar ese triste vals de calesita. Un hombre, también irremediablemente triste y gris, busca desde siempre al amor de su vida. Esta vez cree que lo encontró, pero el precio por su amor suele ser demasiado caro y sin garantía de una mirada que mire con ternura, ni de una palabra de bálsamo, ni de amor. Pero como todos sabemos la vida vale menos que el amor.
Sabemos que estamos habitados por la ilusión y las tormentas de la duda. Todos nosotros soñamos con una mentira que nos sostiene con un delgado hilo de esperanza, que se corta por el peso de un suspiro.
Pero no importa, a seguir, a seguir, buscamos lo irremediable, un destino tan evidente que, ante él, nos comportamos como ciegos felices al cruzar sin guía una esquina con semáforo en rojo.
Todos los demás, incluidos los otros hombres, nos dicen del final fatal, eso no importa, ya que sólo el amor puede vencer a la muerte, o al menos hacer más soportable la vida. Queremos saber, sin saber que mientras más lo hacemos, ella, la muerte, nos mira deseosa y nos abre sus brazos.
Los poetas lo saben, por eso convierten a nuestros fantasmas en letra.
Las pitonisas lo saben, por eso se entretienen con nuestra desesperación.
Los hombres sabios lo saben, por eso se hacen los otarios y escriben libros, lejos de las sábanas desordenadas.
Los mozos lo saben y sólo escuchan y ofrecen tomar algo.
Buscamos la llave del amor que abre todos los corazones, en el barrio del dolor y en la calle de la desesperación, por supuesto para empresas imposibles ninguno mejor que nosotros.
¿Por qué uno no pone atención en el deseo de ellas, deseo de tenernos sometidos y esclavos de sus caprichos?
Porque es un placer misterioso el que nos mueve a soportar, esas trampas de la nada, la esperanza de transformarla en buena, de sacarla del fango, de que aprenda algo de lo que tenemos para mostrarle.
Así nos pasamos la vida, perdiendo el tiempo, con los bolsillos desfondados por la ilusión no cumplida, buscando donde no hay, hallando lo que no está.
Cualquier precio es barato, ya que nos embargaron la existencia, dicen, aún antes de que los fluidos de nuestros padres se confundieran, y la deuda, como la externa, se multiplica por segundos.
Encontrarnos con el amor de nuestras vidas no tiene precio, no hay plata que lo pague, por eso el circulante que ofrecemos son nuestros proyectos, nuestras secretas obscenidades, y muchas veces nuestra libertad.
El misterio del sexo lo vale, ¿adonde firmo don Satanás?.
Los recuerdos del futuro nos obsesionan, pero como todos sabemos vale menos la vida que el amor.
Uno se deslumbra ante Ella, allí donde siempre se había perdido, en un lugar de empresas imposibles, precisamente en un casino. Alguno dice "... malas compañías son tus ilusiones, alguien ha tomado ya nuestras decisiones"..."... son tus esperanzas trampas de la nada"..., uno lo sabe, pero qué importa cuando se encuentra a aquella que nos desafía con llevarnos al borde del desvanecimiento y la unión total.
Siempre tendremos calles oscuras, malandras que nos persiguen, cuentas pendientes, milongas que nos apresan en la eternidad, galanes doctos que solos no pueden con algunas, puentes estrechos, llaves que no abren más que promesas, ríos del olvido, victorias, empates y fracasos.
Siempre nos encontraremos con nosotros mismos, con nuestro niño, que nos interpela por sus ilusiones, las que nos dejó en caución y que nosotros hemos convertido en decepciones.
Nunca nos faltará el encare de la muerte, esa que con cualquier calle hace esquina, la que nos motiva a cantar, hablar, o silbar en la oscuridad para espantar el espanto.
Vendrán todas las que amamos, quisimos, acariciamos y miramos a llamarnos en coro por las noches en la bacanal de nuestros sueños y pesadillas, tentándonos para que volvamos.
Nos darán el último aviso, el final, la fija, pero seguiremos hacia el abismo con los brazos abiertos con dignidad o con estupidez.
¿Sabés por qué todo esto? Porque como dice cualquier poeta, y los poetas son unos exquisitos exploradores del alma, la vida vale menos que el amor.
Y eso... es verdad.

miércoles, 1 de octubre de 2008

En el horno

Tenías razón. Hay imágenes que no dan lugar a la palabra.
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