sábado, 18 de octubre de 2008

La verdadera historia del Viejo Vizcacha. Parte 1.

Agradecemos la colaboración de nuestro
fiel escriba Maximiliano Timoschenco.
Vaya uno a saber por dónde anda hoy.



Con la intención de sistematizar mis apuntes sobre lo que, en un primer momento, fue un inesperado encuentro con lo que podríamos llamar con absoluta justeza un Dios menor al que provisoriamente me referiré con la denominación V.V. y sumado a ello mis experiencias cercanas con ciertos devotos de esta divinidad pro-pagana, más las investigaciones realizadas al respecto me han llevado a volcar en este artículo de poca monta[1] algunas conclusiones de utilidad práctica para entender la complejidad de este fenómeno que ha alcanzado a ciertos individuos de estas latitudes pero que amenaza con una tenaz propagación.
Considero necesario situar mi primer “encuentro” con V.V. ciertamente diré que por razones obvias no voy a dar nombres propios y me atendré a la somera descripción de lo que, en principio, no fue para mi mas que un muñequito bastante poco interesante y desprolijo. Pero el dueño de tal “muñequito” me instigó a que dirigiera mi atención más de cerca sobre lo cual no pude pasar inadvertido que esto provocaba cierto interés en mi, de modo tal que comencé a preguntar de que se trataba. Sin trámite alguno me puse en conocimiento de una serie casi infinita de virtudes poderosísimas que este pequeño tótem tiene para sus devotos, según me confirmaba éste, el primero de una larga cadena de devotos que en lo sucesivo iría descubriendo.
Se trata de un pequeño ingenio de forma humana de unos aproximados 20 centímetros de altura[2] (se los encuentra de varias medidas, nunca inferiores a los 10 centímetros ni mayores a los 40 centímetros) podría decirse, evidentemente, que se trata de un viejo provisto de una cabellera entrecana hasta los hombros, profusamente tupida al igual que su barba; de contextura media cubierto con una suerte de poncho rústico y cinturón, en esta ocasión se hallaba fumando pero no es esta una característica que se repita en todos los casos. Sobre sus poderes ya subrayé que son muchos pero es fundamentalmente protector y dador de sabiduría. No se encuentra sobre pilar o altar alguno, de esta manera puede considerarse apropiado para moverlo de lugar conforme uno tenga intenciones de hacerlo. Podría pensarse en la función que tienen los amuletos.
Como tuve y tengo reiteradas ocasiones de concurrir a lugares donde me encuentro con estos idolillos me parece importante notar que estos van amoldándose a las necesidades y vicisitudes de sus devotos, es decir, se van cargando de elementos y artefactos deseados. Lo más notable es que nadie se atribuye la confección y la colocación de dichos aditamentos que “a ojos vista” crecen con el correr de los días. Y si esto parece notable y hasta mágico, si se quiere, lo que mayor interés me produjo es que ninguno de los dueños-devotos[3] que fueron entrevistados sabe como este pequeño tótem llegó a sus vidas, son ignorantes de su origen pero todos, a su vez, conocían su existencia antes de tenerlo, entonces resulta que a su “llegada” ya sabían de que se trataba. Se instala así una especie de connaturalidad, un ensamblaje.
No es mi intención faltar a la Verdad y en razón de ello debo admitir, pese a lo que pueda considerarse en descrédito de este hallazgo, que las circunstancias que me llevaron a éste no son el fruto de mis incursiones por el Mato Groso, al Altiplano Peruano ni al Desierto de Atacama y sin embargo me es imposible negar aquí y en cualquier otro sitio, que a partir del momento en que mis preocupaciones tomaban vuelo luego de haberme encontrado con, ahora debo decirlo, este Dios pequeño al que llaman “Viejo Vizcacha”, se me hizo irrefrenable la necesidad de visitar los sitios antes citados, sin saber que ellos me llevarían aún mas lejos.
Las primeras suposiciones indican que la presencia de esta divinidad se remonta hacia mediados del siglo XIX en nuestra región, aproximadamente en los inicios de la presidencia de Domingo F. Sarmiento. Nuestras investigaciones posteriores nos llevaron a descartar cualquier tipo de vinculación entre esta divinidad y su referente homónimo en la Literatura Gauchesca Argentina, nos referimos a la obra de José Hernández, nuestro Martín Fierro que en sus páginas habla concretamente de este personaje. La primer parte de la aparición de esta obra data del año 1872 y su continuación al año 1879. Ahora, esta supuesta conexión parece quedar allanada a partir de estudios realizados por un grupo de investigadores del Museo Nacional de Antropología y Arqueología del Perú en labor conjunta con un equipo dependiente del Departamento de Psicología Forense de la Universidad de Buenos Aires que pudieron rescatar en una serie de excavaciones realizadas entre 1996-1998 en las inmediaciones de Sierras Bayas (Provincia de Buenos Aires) los restos de lo que se podría considerar un icono de esta divinidad y si bien no existe una fecha exacta acerca de los mismos, los científicos no dudan que se hallaría entre el lustro que va desde 1865 hasta 1870, como se notará este lapso es anterior a la publicación del Martín Fierro y por lo tanto la adoración de esta divinidad no procedería de una imaginería popular con bases en la ficción novelesca, hipótesis que cualquier neófito admitiría de buen grado; se trata mas bien de la hipótesis contraria, nos encontramos con que en realidad José Hernández encontró y se valió de esta religiosidad pagana de las Pampas para nutrir las características de su personaje literario. Si bien esto es acorde al movimiento literario impresionista que, conservando la metáfora, nos pinta un cuadro de la época nos preguntamos ¿Porqué Hernández no nos hablo directamente de esta divinidad? Se sabe que no era ateo sino más bien un ferviente cristiano, pero ortodoxo[4], en este punto podemos decir que renegaba de toda clase de paganismos religiosos, no por otras razones no encontramos en sus páginas más que un pálido reflejo del verdadero Viejo Vizcacha, el Dios. En tal sentido Leopoldo Marechal dice “"El poeta no hace una descripción objetivante de la realidad sino que la rehace, al reinventarla en la ficción propia del relato. Así, produce una suspensión de la referencia ordinaria del lenguaje para permitir una referencia de segundo grado que recrea la realidad sin repetirla... De éste modo el poeta dice más de lo que dice, pues aboliendo el significado ordinario, crea o recrea una nueva visión del mundo, un nuevo modo de ver la realidad o de otro modo, permite que el ser se diga, se manifieste, se revele…” no puede escapársenos aquí una referencia que nos convoca; el filósofo contemporáneo Julio César Moran, aún hablando del amor, es luminoso en más de un sentido, “…una mirada que quizás creímos ver, una sonrisa que quizás ni siquiera existió, una frase que quizás ni siquiera fue inteligente, un pasado que quizás inventamos, eso, es la amada. Nosotros le damos nuestra propia vida, nuestro propio sentimiento y sobre todo, nuestro propio dolor. Imaginamos por sobre de lo que observamos. Somos artistas solitarios y pudorosamente torturados. Componemos un personaje que se vuelve contra nosotros mismos…cumple la función de reconstruir la realidad y la vida, nos libera del tiempo destructor y nos da la verdad que nos es posible alcanzar…”[5] palabras, palabras, palabras dirá Hamlet, sí, palabras, que serán oídas por aquellos que las comprendan, no hay riesgos. No otra cosa hizo Hernández, y no otra cosa hacemos aquí sino una recreación en base a símbolos 'histórico-culturales' que nos proporcionen una imagen del mundo a nuestra medida.
Otra de nuestras digresiones nos conduce fácilmente a pensar en la especie animal de los roedores de la cual la vizcacha hace conjunto, pero consideramos tal idea como infructuosa. Su nombre científico Lagostomus maximus petilidens no parece aportarnos demasiado, solo podemos observar ciertas características comportamentales picarescas y escurridizas que encuentran su eco también en la referencia literaria ficticia antes citada. En todo otro aspecto este callejón está cerrado.
El camino hacia la verdad por lo general es más largo de lo que a uno le gustaría que fuese pero omitiré lo que me costo tiempo y trabajo errante antes de alcanzar el claro desde donde pude ver el camino por el cual las aguas empezarían a forjar su cauce.
Viejo estaba bien pero ¿Vizcacha a que correspondía?
Esto, aunque no resulte evidente de buenas a primeras (tampoco así lo fue), me llevó al País Vasco, llegué entonces al Golfo de Vizcaya en el Mar Cantábrico al norte de España y caí en la cuenta de que si éste era el camino indicado para esclarecer mis propósitos debía entonces encontrar cual era la conexión existente con Sierras Bayas, consecuentemente en espacio y tiempo.
Me dirigí entonces directamente en busca de algún tipo de registro de los que, por aquel entonces, pudieron haber emprendido algunos colonizadores pertenecientes al Euskal Herria, tanto en ámbito militar como en el bandido, por referirnos de algún modo, quizás poco justo, a toda una serie de verdaderos aventureros; pero para sorpresa de mi ignorancia no había existido nunca alguno o al menos no había registro de ello.
Solo después de un buen tiempo y habiendo desistido de mi empresa, avocado ya a vacacionar y a conocer la región se me ocurre recorrer el edificio de la Alcaldía de Zumaya, un pueblo por el que encontraba inexplicablemente atraído y en el cual había suspendido mi marcha, y, para mi sorpresa cae en mi conocimiento relatada por el secretario de recepción ciudadana del Ayuntamiento la historia de un muchacho, hijo del Alcalde que huyó del pueblo y de su familia mas por ventura que por militarismo hacia Las Américas en el año 1787.
No es mi intención explayarme en este artículo sobre nuestras vastas investigaciones sobre el tema que nos convoca, encuentro la razón mas poderosa de ello en que las sucesivas progresiones a las que hemos arribado parecen no tener un total consentimiento del resto de la comunidad científica pero, por otra parte y en respuesta, todas ellas formarán parte de un próximo compendio del cual no les ahorro el título “Los secretos del creer” Paralelismos mitológicos Latinoamericanos. Las pequeñas divinidades que crecen de la esfera individual al Cosmos organizante. Indiferencias entre Visión mística y alucinación. La fe y el delirio místico y así…


[1] …bueno, alguna que otra…
[2] Existen versiones señalando que conforme crece su popularidad igualmente crece su tamaño.
[3] Este concepto está referido precisamente a la inocencia respecto tanto de la asunción y llegada del tótem como de su adoración y mantenimiento.
[4] “…Cantando me he de morir, Cantando me han de enterrar Y cantando he de llegar Al pie del Eterno Padre…” Esta e innumerables citas nos ilustran al respecto. Nos remitimos a la fuente.
[5]“ La crisis de la concepción del amor en el arte moderno y su relación con Marcel Proust” en Proust más allá de Proust . Compilador J.C. Moran. De la campana. 2001.

4 comentarios:

MC dijo...

tonga sos vos?
un beso grande che.
despues leo la entrada porque es larga y me asusta jajajaja

Andrea dijo...

Bueno, yo la lei toda, un poco interesada por la deconstrucción del mito, un poco por suponer un estilo en el autor del blog que ya compré hace un tiempo (y con esto vuelven pobremente las flores recibidas).
"El camino hacia la verdad por lo general es más largo de lo que a uno le gustaría que fuese"... eso suponiendo que hubiera una verdad a la cual arribar, y un solo camino hacia ella. Me permito dudar...

Gastón dijo...

Dude, andre, dude, que las certezas cierran las puertas. Esa frase no es muy feliz, pero si genera dudas, entonces es productiva.
Marulinguis.. si soy yo?
Sí, soy yo, quién, si no...

Anónimo dijo...

jaspers!!!

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